Llegar bien lejos fue siempre un desafío para él. Por eso tal vez en este momento sienta, íntimamente, que ha sumado un triunfo más: don Luis Oliva, el gran atleta de la década de 1930, cumple hoy 100 años. Aunque fue imposible entrevistarlo, debido a un padecimiento pulmonar que lo tiene postrado desde hace varios días, Oliva, dos veces olímpico, sabe que es un símbolo viviente del mejor atletismo cordobés de todos los tiempos. Por la misma causa se postergaron también todas las celebraciones familiares (habían preparado varias), aunque es seguro que la familia atlética no dejará de recordarlo, precisamente en un torneo que se realiza hoy en el Estadio. Cuatro décadas de gloria y trabajo, que Oliva le brindó al prestigio del atletismo cordobés, no son poca cosa. Atleta soldado. Oliva fue “descubierto” como atleta mientras cumplía con el servicio militar, luego de ganar todas las pruebas de fondo y semifondo en un torneo de su unidad. De allí fue directo al seleccionado argentino y a competencias internacionales, entre ellas varios campeonatos sudamericanos y latinoamericanos. En 1932 fue olímpico por primera vez, al participar en los Juegos de Los Ángeles en la prueba de 3.000 metros con obstáculos, nueva en el programa olímpico. Y aunque Oliva tampoco había corrido nunca esa especialidad, tan atípica y exigente, los directores del equipo argentino decidieron que el cordobés era el hombre indicado, por fortaleza física y espíritu aguerrido, para asumirla. Y él cumplió con creces, al terminar su serie y quedar muy cerca de la clasificación a la final. Cuatro años después, y luego de una gira preparatoria por Europa en la que intervino en diversas competencias, el gran atleta cordobés volvió a ser designado para una “misión imposible”: representar al país en los 42 km olímpicos de los Juegos de Berlín 1936. Oliva se preparó a conciencia y, en los papeles previos, apareció con justicia como uno de los tres o cuatro candidatos con mayores posibilidades de quedarse con la medalla de oro. Pero una enfermedad (aparentemente, una intoxicación) lo afectó unos días antes de la carrera. Pidió desistir, pero le ordenaron correr lo mismo. Largó, con su cuerpo plagado de erupciones, y a los 20 km debió abandonar. Tiempo después, comenzó a prepararse para sus terceros Juegos Olímpicos, pero los vientos de guerra ya soplaban por Europa. Al suspenderse los Juegos de 1940 toda una generación de deportistas, y con ella Oliva, quedó sin perspectivas futuras. Era tiempo entonces de pensar en otras ocupaciones, y el cordobés marchó entonces a Buenos Aires, para obtener el título que le permitiría luego ejercer como profesor de educación física. En esta hermosa profesión también le daría mucho al atletismo de Córdoba.
Fuente: Carlos Martínez La Voz del Interior
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