Alemayehu Bezabeh tiene una historia. La suya es una crónica que nace en el desarraigo y la miseria, pero que apunta un final feliz. Por lo pronto, este larguirucho atleta nacido en Addis Abeba (Etiopía) hace 23 años –cuando llegó a España nadie, ni él mismo sabía cuantos años tenía– que obtuvo la nacionalidad por carta de naturaleza el 4 de julio del 2007 y que se proclamó campeón de Europa de cross en Dublín este pasado domingo, ha empezado a escribir el segundo capítulo de su vida con letras de oro. La primera parte de ese mismo relato recoge la indigencia, noches enteras al abrigo del cielo y del relente –también del frío y de los peligros que esconde la oscuridad, durmiendo al raso en cualquier banco de cualquier parque de la ciudad, protegido por cartones–, comiendo en el Auxilio Social, viviendo de la caridad…El domingo, sí, fue el primer día de la nueva vida de Alemayehu Bezabeh. Ese día se convirtió en el primer español en conseguir el título de campeón de Europa de cross, algo que no habían logrado con anterioridad otros especialistas de postín como Juan Carlos de la Ossa, Alberto García o Alejandro Gómez. En mujeres, Marta Domínguez ya había escalado a lo más alto del podio en Toro en 2007. Pero, ¿y en hombres? Nadie lo había conseguido antes. Cuando Bezabeh se colgó del cuello la medalla de oro este pasado domingo y miró al encapotado cielo dublinés, recordó. Su memoria recuperó las imágenes de su llegada a Madrid hace tres años, siendo un inmigrante más. Sin papeles, sin documentación de ningún tipo, sin amigos ni familia. Hablando un idioma extranjero, extraño... Nadie le entendía. Vagando de un lugar para otro sin rumbo fijo, sin nada que hacer. Y para comer, acudía cada día a los salones del Auxilio Social, como otros tantos inmigrantes que llegaron a España en busca de una vida mejor; de una segunda oportunidad. Por su cabeza sólo pasaba la supervivencia. Fueron tiempos difíciles, en efecto. Pero durante esos meses de indigencia, mantuvo la dignidad intacta. No delinquió ni tampoco cometió errores... Sí que le pasó por la cabeza la idea de volver a su Etiopía natal, pero enseguida desechó la posibilidad. No había hecho un viaje tan largo y lleno de peligros para regresar a casa con una mano delante y otra detrás. Se concedió una nueva oportunidad. Su vida dio un vuelco cuando le acogió la Asociación Karibu, en el barrio madrileño de Delicias. El padre Antonio Díaz le ayudó a conseguir asilo político y por mediación de otro atleta etíope afincado en la capital, Fidaku Bekele, entró en contacto con el club de atletismo Bikila. No tenía amigos pero sí una ilusión: ser atleta. Sabía que esa podía ser la puerta para escapar de la miseria y conseguir los papeles de acogida. No tardó mucho en averiguar lo bueno que era. Un día, sin haber hecho ninguna prueba previa, se puso a correr en siete series de cuatro minutos, con dos de recuperación junto a Luis Miguel Martín Berlanas (plusmarquista nacional de 3.000 obstáculos) y dos buenos mediofondistas, los hermanos Esteso (Pedro y Juan Carlos). Les aguantó el ritmo. Y no contento con eso, ya en solitario, hizo un mil en 2:33. Ese día, Manuel Pascua le descubrió y se propuso entrenarle. Dos años han bastado para que Europa sepa lo bueno que es.
Fuente: Sport.es
miércoles, 16 de diciembre de 2009
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